Letrista, cantor, compositor y actor. |
Nací en una casa de la calle Boedo, el 12 de diciembre de 1906. Desde muy chico me gustaba cantar y escribir e integraba los habituales coros de las escuelas para las fechas patrias. En las fiestas de fin de curso bailaba el pericón, tenía habilidad para esas cosas. Y para los bailes de carnaval integraba un centro gauchesco, que eran espacios barriales muy populares por aquellos tiempos.
Ese fue mi primer contacto con la música. Tanto me gustaba que un tío me regaló una guitarra. Comencé a conocer los primeros tangos. Cuando mi familia se mudó por unos años, a una localidad del interior de la provincia, aprendí todo lo que sé de canto. De regreso a la ciudad comencé a escribir para diversos ritmos: zambas, estilos, todo eso. Andaría por los veinte años cuando el entonces famoso dúo Ruiz-Acuña (integrado por René Ruiz y Alberto Acuña) me grabó dos temas para un mismo disco de 78 r.p.m., era el vals “Dolor” y la tonada “Fiel riojanita”.
Después de cumplir con el servicio militar se me ocurrió que podía ganar algún dinero cantando y tuve suerte. Un amigo me consiguió una recomendación para Pablo Osvaldo Valle, quien era director artístico de LOY Radio Nacional, que luego fuera Radio Belgrano. Me ofrecieron 40 pesos por semana, una buena cifra. A Charlo le pagaban sesenta. Seguía escribiendo y el dúo Ruíz-Torres me grabó “Jue pucha qué mala suerte”. También fui chansonier en una orquesta de jazz y estrené un foxtrot “La hija del pescador”, que más tarde me grabara Agustín Magaldi (en 1931).
También fui actor de radioteatros, en algunos ciclos muy recordados con el tiempo, como Chispazos de Tradición y del que fuera autor Alberto Vaccarezza: Sainetes Porteños. Hice teatro, también con Vaccarezza, en el Teatro Nacional de comedia y en el Teatro Sarmiento, con la compañía de Camila Quiroga.
Pero lo que más me gustaba era cantar y no me iba mal. Por 1930, Domingo Scarpino reunió un grupo de gente para realizar una gira por Europa, que finalmente no se hizo por las pretensiones desmedidas del empresario. Pero en esos días caminando por la calle con un compañero músico este me dijo que mi nombre artístico —el verdadero— era demasiado largo: «Si Devincenzi se lo acortó a Devin, por qué vos no te ponés Marcó.» Me gustó y lo adopté.
Haciendo por radio Sainetes Porteños conocí a Carlos Gardel, porque en la audición siguiente cantaba él y aproveché para dejarle un tango, le pedí que me lo grabara. Estaba por viajar a Francia y me dijo que no aprendería nada más, «Pero traemelo que lo voy a leer. Yo ya escuché que sos un buen autor y un buen cantor, en el stud de Maschio». Cabe aclarar que me gustaban muchos los caballos, el turf. Pero no se lo llevé, era un tango ideal para él, se titulaba “Conscripción” y lo dejé porque después de Gardel no me interesaba que lo cantara nadie. Tiempo después, supe que lo ensayó Alberto Marino, pero nada más.
Me hice muy amigo de Magaldi, en realidad Magaldi me gustaba mucho. Él me grabó el vals “Alma mía”, el 15 de julio de 1936. Y está el asunto del tema “Yo tengo una novia”, yo había escrito la letra, luego sus guitarristas: Diego Centeno y Rosendo Pesoa hicieron la música. Ahora, Magaldi había firmado un contrato en exclusividad con una cinematográfica y el tema se iba a incluir en una película y no debía ser cantado por nadie más. Entonces con los muchachos guitarristas íbamos radio por radio para pedir que no lo difundieran, porque se había convertido en un éxito. Finalmente lo interpretó en la película Monte Criollo, estrenada el 22/5/1935, con Azucena Maizani, Agustín Magaldi, Pedro Noda, Francisco Petrone, Nedda Francy y otros, que estaba dirigida por Arturo Mom. Pero lo interesante fue que dicha escena fue cortada para la exhibición en en nuestro país, se dice que quedaron algunas copias para el extranjero. Y lo concreto es que el disco no se grabó.
Llegué a tener orquesta propia, en realidad un intento. Actuamos en el balneario El Ancla, de Vicente López (ciudad limítrofe con Buenos Aires). De allí fuimos a Radio El Mundo, donde el director artístico de la misma, Luis Gianneo, me apreciaba mucho y me convocó. En mi orquesta contaba con Santos Lípesker y Julio Ahumada en los bandoneones y Juan José Paz en el piano. Era una orquesta digna, pero al segundo ensayo faltaron dos músicos y decidí abandonar. Ya tenía la experiencia de varios amigos directores que llegaron a llorar, por la impotencia en reunir a sus músicos. Otros tendrían la facilidad de hacerlo, yo no.
Hice la música de la película El camino de las llamas (8/4/1942), dirigida por Mario Soffici. Allí conocí a Edmundo Rivero, que trabajaba de guitarrista.
Y conocí a Carlos Di Sarli, me lo presentó Cayetano Puglisi. Me elogió “Alma mía” y ya conocía “Callejón” y “Que nunca me falte”. Me preguntó si quería colaborar con él. Fuimos a un bar de Tucumán y Maipú y comenzó a tararearme un tango. Enseguida le dije el nombre: «Se va a llamar “Corazón”».
Lo grabaron Roberto Rufíno el 11 de diciembre de 1939 y, quince años más tarde, Mario Pomar, el 2 de febrero de 1955. Después de la primera grabación, yo estaba en el estudio, Di Sarli dejó el piano y me dijo: «Lo felicito. Si usted quiere podemos ser colaboradores de ahora en adelante». A partir de eso siguieron “Alma mía” que había hecho con Diego Centeno, grabado por Rufino el 15/2/1940 y “En un beso la vida”, con música de Di Sarli, grabada con Rufino el 23/9/1940.
Luego siguieron el vals “Rosamel”, el tango “Bien frappé”, “Nido gaucho”, “Cuando el amor muere” (con música de Alfredo Malerba), “Acuérdate de mí” (con música de Alfredo Cucci), “Esta noche de luna” (con música de José García y Graciano Gómez), “Tu, el cielo y tu” (con música de Mario Canaro), “Tu íntimo secreto” (con música de Graciano Gómez), “Tus labios me dirán” (con música de Emilio Brameri), y de vuelta con el maestro Di Sarli “Así era mi novia”, “Juan Porteño”, “Porteño y bailarín”, “Por qué le llaman amor”, “La capilla blanca”, “Con alma y vida”, “Tangueando te quiero” y “Cuatro vidas”. Como autor y compositor hizo: “Whisky”, “A mi padre”, “Cómo querés que te quiera”, “Mis consejos”, “Tardecitas estuleras” (milonga), entre otros.
Por una afección a las cuerdas vocales dejó de cantar demasiado joven. Falleció el 30 de septiembre de 1987.
Fue una figura muy importante del tango en las facetas que desarrolló: Cantor, compositor, poeta, dejó un reguero de páginas que permanecen en la memoria de los oyentes puntuales y los milongueros. Otra figura arrumbada en las estanterías traseras de este tiempo que condena al olvido a los grandes artistas anteriores al cambalache de la modernidad.
Cuando escuchamos sus hermosas páginas, recuperamos el sabor de época, recobramos emociones y destapamos una leve pátina melancólica y dulzona que se va filtrando en nuestro ánimo. Porque los temas que elucubró Marcó en su existencia, nos traen destellos de fiestas lejanas y a la vez nos permiten disfrutar del presente cuando bailamos estos temas, que son paisajes, atmósferas emotivas.
Se llamaba Héctor Domingo Marcolongo, nació y se crió en el tanguero barrio de Boedo, donde tallarían fuerte los González Castillo, su hijo Cátulo o Sebastián Piana entre otros. Mudado a la provincia con su familia, a su ya latente vocación canora, le agregó la impronta campesina, esa música folklórica guitarreada y entonada con arte y sentimiento. Sobre todo cuando pudo acariciar entre sus manos una guitarra que le regaló su tío, que avizoró las cualidades del muchachito.
Sus primeros temas fueron precisamente folklóricos, que le grabaría el dúo Ruiz-Acuña, de merecida fama y ahí arranca con sus acuarelas que plasma musicalmente en partituras y son interpretadas por artistas de todo pelaje. Paralelamente, canta en radio, interviene como actor de radioteatros, muy en boga en aquellos tiempo que no existía la televisión y la radio era la infaltable compañera de los hogares humildes. También frecuenta los escenarios teatrales y se va convirtiendo en un artista a tiempo completo. Agustín magaldi canta su vals: Alma mía en la película Monte criollo, que lleva música de dos guitarristas del gran artista de Casilda.
Formó su orquesta que tocaba en el Balneario El ancla, de Vicente López, donde pasamos tantas tardes de verano. En un intervalo de su actuación se acercó al río aledaño y vió la luna reflejándose majestuosa en las aguas del Río de la Plata. Su imaginación le llevó de inmediato a escrbir los versos de ese hermoso tango: Esta noche de luna. José García le pondría música junto a Graciano Gómez y lo estrenaría el mismo García con su orquesta y la inconfundible voz de Alfredo Rojas.
Más allá de la gran profusión de temas que fue escribiendo, su nombre trascendió por estar asociado a las grandes creaciones del maestro de Bahía Blanca. Fueron presentados en Radio El Mundo por el itálico violinista, Cayetano Puglisi. Di Sarli elogió sus cualidades de poeta y le preguntó si quería ser su letrista. Marcó aceptó sin dudarlo y fueron hasta la esquina, al bar de Tucumán y Maipú. Allí el maestro le tarareó un tema que había compuesto y Marcó al vuelo, le dijo: "Ya está: Corazón. Ése es el titulo y el contenido...".
Y así nació un tema que engrandeció Roberto Rufino con la orquesta de Di Sarli grabándolo el 11 de diciembre de 1939, y que marca la hoja de ruta que los une al poeta y al músico durante muchos años en una parva de éxitos que además se distinguen por el buen gusto, tanto poética como musicalmente.
Alma mía, En un beso la vida, Rosamel, Bien frappé, Nido gaucho, Cuando el amor muere (única grabación de Carlos Acuña con Di Sarli), Acuérdate de mí, Esta noche de luna, Tú, el cielo y tú, Tu íntimo secreto, Tus labios me dirán, con diferentes compositores y que anclan en el repertorio del gran maestro con resonado éxcito.
Paralelamente y en yunta, lanzan sucesivos golazos: Así era mi novia, Juan Porteño, Porteño y bailarín, Por qué le llaman amor, La capilla blanca, Con alma y vida, Tangueando te quiero, Cuatro vidas, que se van integrando en las diferentes etapas de la orquesta y el sucesivo desfile de cantores.
También le pondrá música Marcó a sus propias letras e incorpora al catrastro disarliano uno de sus temas: Whisky.
La producción del poeta es muy extensa y llamativamente entradora, enquistada en las entrañas del pueblo milonguero. Y del oyente puntual que se extasía con esos temas tan nuestros
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